Parte 1
Nicolás Levand corrió hasta la esquina de la escuela en donde había una librería. Era una de las más antiguas de la ciudad y la que mejor trabajaba, tenía buenas máquinas fotocopiadoras y excelente stock de artículos.
Metió el fajo de diarios bajo el brazo y procuró que no se cayera. Antes de entrar al local, vio un camión pintado de blanco con la insignia de una fábrica de aparatos electrónicos para oficina.
-Hola Antonio -saludó al viejo. Éste limpiaba estanterías en lo alto, haciendo equilibrio en una escalera desvencijada.
-¡Ah, Señor Levand! ¿Cuántas copias tiene para hoy?- preguntó, acomodándose el par de lentes gruesos con montura de plástico.
-Unas cuantas.
Bajó de la escalera y se puso los lentes en la punta de la nariz. Miró los recortes. Eran de diferentes diarios, todos nuevos, de ese mismo día.
-Voy a necesitar una de cada una, doble faz.
El viejo le dio una miradita a la caja del piso, a un lado del mostrador, ésta llevaba el mismo símbolo extraño que el camión de afuera.
-Mirá, el tema es así: tengo que desembalar una fotocopiadora nueva que me llegó recién. Pero no te preocupes, mañana temprano las te las tengo listas.
-Bueno, no hay problema –le respondió Nico a regañadientes, pensando que podía ir a otra librería pero no tenía ganas. Dejó los originales y se fue.
Como era de esperarse, puesto que era hombre de palabra y muy trabajador, a las siete de la mañana el hombrecito ya tenía las copias, en un sobre de papel madera y con el nombre Nicolás L. escrito con fibra negra.
-Uuuuhh…excelente máquina, uuuuhh…excelente calidad de copia -dijo el viejo, alabando el resultado de su nueva tecnología.
La sorpresa llegó poco después, ya estando en el colegio, cuando extrajo las reproducciones para hacer el trabajo práctico. A las claras se notaba que los originales y las fotocopias no coincidían en absoluto.
-No puede ser…, Antonio jamás se confunde de ésta manera- le comentó a Marco, su compañero de banco quien lo miraba perplejo.
-Bueno, parece que al viejo le empezó a patinar -expuso Marco, atornillándose con el índice la sien.
Más tarde fue hasta la esquina a pedir explicaciones.
-Antonio, se equivocó de fotocopias –se quejó el chico.
El hombre le recibió los papeles y antes de mirarlos preguntó:
-¿Estás seguro pibe?
-¡Por supuesto!, mire, los originales son diarios de ayer y éstas fotocopias son todas de ejemplares de hoy. Usted tiene que haber sacado copias de algún trabajo que le trajeron esta mañana. Yo tengo que hacer el trabajo con las notas que le indiqué ayer.
El muchacho notó vestigios de desconcierto en el rostro del dueño de la librería, quien revisó otra vez las impresiones, una por una.
-Es cierto, pero…es imposible. Éste trabajo lo hice anoche, mientras probaba la nueva máquina. Además, nadie dejó ningún encargo hoy, aunque… puede ser… mmmhhh, que se yo, ya me estará empezando a fallar la cabezota…
Nico se quedó pensando unos segundos y después sacó de entre las carpetas que llevaba, un artículo extractado del diario del 20 de abril de 1980. Necesitaba probar lo que su imaginación suponía.
-A ver…, no importa. Necesito que me saque una copia de esto para el examen de historia.
Antonio tomó el recorte original y lo acomodó dentro del aparato, bajó la tapa, le dio un golpecito al botón y se distrajo con otro cliente que acababa de entrar. Nico, en cambio, esperó la copia en la bandeja de salida del otro lado del aparato…
-¡Fascinante…! -se dijo, mientras sostenía la copia del artículo entre los dedos.
El librero despidió al cliente y volvió a la fotocopiadora. Retiró el artículo original y se lo entregó a Nicolás.
-¡Ah, la copia ya la agarraste vos! ¿Y? ¿Salió bien ahora?
-Sí, sí don Manuel, salieron bien…
Lo que tenía entre las manos pasó de ser simple papel impreso a la prueba de que algo increíble encerraba la copiadora nueva de Manuel. Lo guardó en la carpeta y volvió a su casa pensando a grandes velocidades…
Continúa: «La copia» parte 2
Cuadro de la cabecera: «Reproducción prohibida» de René Magritte